sábado, 14 de mayo de 2011

A Miguel Hernandez

Dijeron que Miguel

ya no era mío,

porque el pasado cayó

como una inmensa losa

y el polvo de los días

lamió su voz de barro,

su cántaro

de pueblo combatido,

Y miré en el presente,

y hallé a Iqbal

con cuatro años

encadenado a una alfombra

a Marukh con cinco

derritiendo sus manos

en las cubas ardientes

de la seda

a Juana

en la fétida cima

de un estercolero.

Y vi un niño yuntero

en cada continente.

Pero entonces me dijeron

que tampoco eran míos

después de todo el llanto,

no atraviesa los muros

de las patrias.

Tan solo son, pequeñas

molestias del sistema,

400 millones

de niños esclavos,

malnutridos.

Me explicaron,

que eran lejanos a mi amor

Y que no,

que tampoco eran míos.

Y extendí mi brazo

y atravesé una casa

una calle, un miedo

una vergüenza,

una escusa,

un océano

y un beso.

y abrace a un niño

que creyó,

que nadie le miraba.

Cargaba en sus pequeñas

manos

la avaricia del mundo

y le amé.

Entonces descubrí

que ese pequeño era mío,

y tuyo, y nuestro,

y de todo aquel

que me escucha,

y del que no me escucha

y que está herido

como todos estamos,

heridos por el sueño.

¡Agrandad vuestros brazos,

abrazad el mundo¡,

¡salid a recogerlos¡

Después de todo,

el abrazo no termina

en un hombre

ni en dos cuerpos,

ni siquiera en un muerto,

Mas se consuma

en los niños.

Rodeé con mis brazos

la Tierra,

y encontré a Miguel

sempiterno en el viento

junto al rayo conmigo.

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