Dijeron que Miguel
ya no era mío,
porque el pasado cayó
como una inmensa losa
y el polvo de los días
lamió su voz de barro,
su cántaro
de pueblo combatido,
Y miré en el presente,
y hallé a Iqbal
con cuatro años
encadenado a una alfombra
a Marukh con cinco
derritiendo sus manos
en las cubas ardientes
de la seda
a Juana
en la fétida cima
de un estercolero.
Y vi un niño yuntero
en cada continente.
Pero entonces me dijeron
que tampoco eran míos
después de todo el llanto,
no atraviesa los muros
de las patrias.
Tan solo son, pequeñas
molestias del sistema,
400 millones
de niños esclavos,
malnutridos.
Me explicaron,
que eran lejanos a mi amor
Y que no,
que tampoco eran míos.
Y extendí mi brazo
y atravesé una casa
una calle, un miedo
una vergüenza,
una escusa,
un océano
y un beso.
y abrace a un niño
que creyó,
que nadie le miraba.
Cargaba en sus pequeñas
manos
la avaricia del mundo
y le amé.
Entonces descubrí
que ese pequeño era mío,
y tuyo, y nuestro,
y de todo aquel
que me escucha,
y del que no me escucha
y que está herido
como todos estamos,
heridos por el sueño.
¡Agrandad vuestros brazos,
abrazad el mundo¡,
¡salid a recogerlos¡
Después de todo,
el abrazo no termina
en un hombre
ni en dos cuerpos,
ni siquiera en un muerto,
Mas se consuma
en los niños.
Rodeé con mis brazos
la Tierra,
y encontré a Miguel
sempiterno en el viento
junto al rayo conmigo.
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